Intentar describir en unas cuantas palabras las experiencias vividas y el tiempo pasado en esta épica civilización es una pretensión acotante que puede caer en la delusoria trampa de convertirse en una simple narración de hechos e historias, pasando por alto la escencia misma del valor que la hace única en su forma. Sin embargo he decidido que vale la pena intentarlo, al menos como un ejercicio para intentar acomodar las piezas de mi alma que fueron movidas de forma despiadada durante el transcurso del viaje.
En un principio no sabía que esperar. Nunca había viajado solo antes, tal vez me abrumaba la ansiedad de pensar que el viaje más allá de unas semanas de turismo y descanso podría adoptar la forma de una terapia personal, de un inevitable encuentro conmigo mismo, de un rompimiento de aquellos hilos en forma de pensamientos que tejen con el tiempo una telaraña de temor a la soledad y al hecho de escapar por unos instantes de la zona de confort. Al llegar a Delhi a la 1 de la mañana del día miércoles 13 comprendí que no había marcha atrás, y el sentimiento de ansiedad fue desplazado por un gran alivio y emoción de saber que un viaje soñado se estaba haciendo realidad.
India sorprende por su atmósfera única de notables contrastes humanos, filosóficos, estéticos, económicos y sociales. El llamado al silencio interno de la meditación y la introspección sugerida por dogmas como el Hinduismo y Budismo se ve irreconciliablemente interrumpido por el ruido y el caos originado en el seno de la subsistencia cotidiana de la sociedad. Miles de vacas deambulan a motus propio en las calles y rincones de cada ciudad encarnando el efigie religioso que les otorga el estatus de sagradas y les concede el privilegio de inmunidad por encima de otros animales, pero en medio de su reinado se deben contentar con una dieta de desechos de frutas y verdurdas, basura, agua tóxica, y en caso de escasez de alguno de los anteriores, unas cuantas bolsas plásticas. Este defile animal en el perímetro urbano aveces lo completan grupos de chivos, palomas y cerdos, que como las vacas hacen de la basura y los desechos su fuente de alimento.
Los lúcidos y espléndidos vestidos de las mujeres iluminan las calles con sus colores y piedras preciosas, mientras que los hombres en su pálida vestimenta se camuflan bajo la sombra homogénea de la estética de la religión. La radiante y vívida escena citadina del día a día donde mercaderes, mendigos, turistas, monjes espirituales, vacas sagradas, bici-taxistas, tuc-tucs, pobres y ricos a la par se citan para escribir la historia de un nuevo día se encuentra enmarcada en una infinita nube densa de polvo, humedad, smog, humo dulce de incienso, moscas, olor a especies y un tibio dióxido de carbono. En consecuencia frutas y verduras renuncian a su frescura, flores y plantas se marchitan, trozos de luz solar pierden su fluidez, la temperatura ambiente se alborota, el turista curioso observa, el mercader lo acecha, el rico pierde la calma, el pobre agoniza..
El ascetismo reina entre las mentes del pueblo, los líderes espirituales de todos los dogmas predican interminables sermones acerca de la inmortalidad, el karma, la reencarnación, la vida del no apego, la importancia de la fe, la adoración a Dios o a los dioses, el perdón, la paz y la reconociliación. Los que se sienten marginados por aquellos que reposan en las arcas del poder encuentran su salvación en las vastas raíces de la religión. Se les ve tranquilos, amables y contentos; aceptan su condición por muy pobre y drástica que sea. No hay signos de frustación ni de violencia. Algunos incluso invitan a nosotros los turistas a una copa de chai (té) en sus casas, así no tengan mucho o nada con que comer. Se ven maravillados con nuestra presencia, y en señal de respeto se inclinan humildemente y pronuncian un tímido "namasté". La esperanza de una nueva y mejor próxima vida es lo único que tienen, y nada ni nadie les va a remover esta ilusión de sus corazones; es la fuerza intrínsica que los lleva a disolver las barreras del odio y la envidia entre las diferentes clases sociales, castas y religiones con la expectativa de remover el karma negativo de vidas pasadas que los ha enviado al infierno terrenal de la presente vida.
Y sin embargo, esta misma fuerza que siembra el bien en sus corazones genera un efecto de complacencia que los vuelve esclavos de su condición. La cuantiosa bonanza económica que India ha experimentado en los últimos años se ha concentrado en unos pocos sectores beneficiando sustancialmente a unos cuantos, pero dejando a otros cientos de millones más hundidos en el abismo de la miseria. Mientras Bollywood se fortalece, nuevos y modernos templos se construyen, el ejército entra en la carrera armamentista de las potencias por dominar el espacio, se construyen las grandes tiendas y malls al mejor estilo occidental, llegan los hoteles de US$ 500 la noche con todos sus lujos y el gobierno invierte grandes cifras de capital en fondos soberanos y activos internacionales, los casi 800 millones de pobres permanecen sintonizados a la dimensión de la supersitición, casi hipnotizados por una ilusión de escape que sólo promete materializar sus súplicas en una nueva reencarnación.
Las ruinas de la India mística, próspera y poderosa que precede el período de los avances en ciencia y tecnología inherentes a la Revolución Industrial son el alma del encanto que envuelve a esta mágica civilización. El activo cultural implícito en la herencia de miles de años de existencia sin lugar a dudas hace de India un destino invaluable y eternamente enriquecedor; donde un campesino analfabeta puede darnos una enseñanza de vida, donde un pobre invita a las puertas de su casa sin importar que capas sociales y económicas nos separan, y donde reposan monumentos de una incontenible belleza y proeza histórica. India sacudió mi alma gracias a sus múltiples contrastes, y me enseñó que las piezas que la componen pueden ser reacomodadas con miras a encontrar un equilibrio racional y emocional que permita una mayor compresión del ser humano y una más clara identificación de los antagonismos que rodean nuestra realidad.
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