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Monday 18 October 2010

Están las grandes economías haciendo lo correcto para combatir la crisis?

La crisis financiera del 2008 ha sacado a relucir una a una las falencias en materia de coordinación macroeconómica a nivel mundial. Lo que en la superficie parecía ser un sistema integrado gracias a la globalización de mercados y al libre flujo de capital entre las principales economías del mundo, ha dejado en evidencia la complicada dialéctica entre política y economía cuando de enfrentar problemas se trata, mas aún cuando se encuentran cara a cara ideologías e intereses que varían según los asuntos soberanos de cada país. En otras palabras, el matrimonio institucional entre los dos frentes ha probado no ser la luna de miel planificada bajo los cimientos de cooperación internacional y multilateralismo, características propias de la doctrina del liberalismo internacional en nuestros tiempos.

La pregunta entonces es: Qué es lo que impide dicha cooperación internacional frente a un suceso que tiene al actual sistema socio-económico al borde del colapso y a las grandes economías del mundo dando palos de ciego buscando su propia salvación? Claramente la anterior no es una pregunta sencilla, y al no serlo implica que cualquier acercamiento a una posible respuesta debe conllevar el análisis de al menos tres factores fundamentales: La intensa competencia mundial en desarrollo y crecimiento económico, la soberanía monetaria de las naciones y las presiones socio-políticas existentes en cada una de ellas. 

El primer ítem de nuestro análisis se enfoca en resaltar el punto de intersección en el cual los intereses políticos y económicos de una nación soberana se cruzan, llevando a su gobierno a replantear políticas domésticas y/o exteriores con el fin de potencializar el desarrollo económico para así ganar - o no sacrificar - terreno en los mercados internacionales. Si bien la ejecución de este fenómeno varia según el tipo de sistema político y económico que adopte cada nación, lo cierto es que existe un patrón a nivel global en el raciocinio empleado para convertir dicho punto de intersección de intereses en la punta de lanza del discurso progesista en los gobiernos del siglo XXI.

Un reflejo de lo anterior es la actual "guerra" que lideran los principales bancos centrales mundiales por devaluar la moneda nacional con el propósito de hacer mas competitivas las exportaciones, como lo ilustra muy bien el economista Barry Eichengreen en su columna "Financial Shock and Awe" en el diario Foreign Policy.

(Ver artículo de Barry Eichengreen, "Financial Shock and Awe" en Foreign Policy)

Lo interesante acerca de la dinámica de devaluación es la forma como se manifiesta a lo largo de las diferentes potencias mundiales: mientras países como Japón, Inglaterra o incluso EE.UU lo hacen por medio de un mecanismo conocido como 'ajuste cuantitativo' - consistente por un lado de la compra masiva de bonos del estado, fondos de tasa de cambio, inversiones en valores, entre otros, y por otro la tasas de interés bordeando el 0%, - países como China efectúan una constante intervención en la tasa de cambio de su moneda, lo cual a su vez genera malestar en economías crecientes como Brasil e India que se ven directamente afectadas por esta política de intervención premeditada.

Y por último, la Unión Europea se encuentra haciendo malabarismo en una cuerda floja luchando por frenar el estancamiento de su economía a costillas de cortarle tajada a los tradicionales programas sociales que propiciaban el bienestar de muchos. El problema es que, como argumenta Eichengreen, si el Euro sigue revaluándose frente al dolar hasta llegar a la tasa de US $1.50, las medidas de austeridad  que están siendo adoptadas por varios de sus miembros podrían colapsar. Dicho más claro, la revaluación frente al dolar trae consigo un complejo dilema entre cooperación internacional o proteccionismo, y al parecer el segundo está ganando el pulso.


Lo anterior interconecta gradualmente con nuestro segundo ítem de análisis: la soberanía monetaria de las naciones. Este concepto tal vez era poco útil o incluso inexistente antes del colapso del sistema Bretton Woods en los 70´s, gracias a la camisa de fuerza del 'Gold Standard' y el efecto que éste ejercía en el rango de flexibilidad de las políticas monetarias de cada nación. Sin embargo, la no 'presión' por mantener una tasa de cambio fija frente al dólar le permite a los gobiernos actuar de forma 'mas soberana' frente a la ejecución de políticas macroeconómicas, lo cual, paradójicamente, puede ser un arma de doble filo para la cooperación internacional debido a que, precisamente, existe mayor autonomía de planeación económica y en este campo siempre habrán conflictos de intereses, como lo expusimos en el primer ítem.

Adicional a lo anterior, las economías en superávit prefieren inveritr sus saldos a favor en diferentes fondos soberanos de inversión (SWF's) buscando incrementar sus reservas en vez de consumir los productos de sus vecinos - aún estando la economía de algunos de ellos seriamente requiriendo un aumento en exportaciones -, lo que deja todavía más en evidencia la visión 'corto-plazista' de las naciones cuando de una recuperacion económica global se trata. La filosofía de la economía neo-clásica  de Ricardo y Smith  todavía nos debe una explicación a este fenómeno de primacía del individualismo dentro de una economía idealizada por los beneficios de intercambio.

Y como tercer y último ítem se resalta la creciente influencia de las presiones socio-políticas en los gobiernos de las potencias económicas mundiales, las cuales varían a través de los diferentes escenarios domésticos de orden económico.

David Cameron en Inglaterra le apuesta a medidas austeras: reducción de déficit, mayores impuestos y recorte del presupuesto, lo cual indudablemente favorece un sector de la economía (financiero) y afecta fuertemente a otro (sector público). Obama, por otro lado, apostó por una combinación de políticas Keynesianas con mayor disciplina financiera y un paquete económico para impedir un efecto dominó en la quiebra bancaria, lo cual dió resultado en el corto plazo pero ha traído consigo grandes discontentos por culpa de los altos índices de desempleo y la creciente incertidumbre que ensombrece el panorama de una superpotencia en decadencia, arrebatando consigo las esperanzas de los muchos que hace poco más de un año aclamaban eufóricos el "Yes We Can!".

La situación de la Unión Europea, en su defecto, refleja con claridad la diversa gama de fuerzas socio-políticas que hacen casi imposible una coordinación política y macroeconómica para salvar la integridad del Euro y buscar así una chispa de arranque al motor económico que tanto necesita para su estabilidad política. Si bien parte de la culpa radica en que países como España o Grecia se han encontrado con las manos atadas a la hora de tomar decisiones drásticas ante su imposibilidad de hacerlo como miembros de la UE, la falta de eficiencia en la solidificación de las actuales instituciones financieras o la constitución de otras nuevas para enfrentar la tormenta de la crisis ha entorpecido la reacción europea hacia el manejo de su situación económica, dejando en el limbo su futura estructura como experimento político en un largo plazo.

En resumen, las grandes economías están actuando - al menos de momento - de acuerdo a sus necesidades individuales, respondiendo bien sea a exigencias de índole económico o a presiones socio-políticas que ponen en jaque la estabilidad económica global y sacan a la luz los huecos existentes en las estructuras consolidadas por los sucesos de globalización que marcaron la historia del siglo XX y continúan haciéndolo en la primera década del siglo XXI.

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