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Wednesday 21 September 2011

Los indignados de Wall Street

Llegué a Nueva York hace apenas ayer, con el corazón todavía borracho del coctel de fuertes emociones con el que me despidió Londres, ciudad en la que viví por dos maravillosos años. No visitaba a la Gran Manzana desde los desafortunados ataques del 9/11, lo cual convirtió el memorial de los atentados en mi  prioridad turística No. 1. Si bien reconozco que dicho impulso fue parcialmente motivado por esa pizca de sensacionalismo de la cual nuestra programación biológica no se escapa, lo cierto es que la visita estuvo fuertemente atraída por mi curiosidad de presenciar en persona la evolución de la cirugía por la que pasa el corazón financiero del mundo desde hace una década. Para mi sorpresa, no fue la imponente torre en construcción la que captó mi atención, o el sinnúmero de turistas curiosos que con sus cámaras buscan atrapar una fracción de la tensa energía que envuelve celosamente al lugar; por el contrario fue la masa de personas que desde hace cinco días ocupan pacíficamente con sus carpas el emblemático Zuccotti Park en el distrito financiero en Manhattan.

Un cartón anuncia que la ocupación cumple gloriosa el quinto día. Cada indignado ha plasmado su mensaje en cartones y tatuajes corporales, y sus ropas sucias y miradas largas anuncian que la batalla hasta ahora comienza. Algunos dan entrevistas a medios de comunicación, otros permanecen atentos a las preguntas de los transeúntes como yo que miramos entre soprendidos y anodadados lo que ocurre, y unos pocos simplemente se echan a dormir. Un abanico de estanterías de perros calientes, helados y bebidas hidratantes bordea una de las caras de la plaza, posando como espectacular vista a los lujosos restaurantes que reposan sobre la acera de Cedar St. El libreto lo completa el desfile de policías que con sus vehículos, radioteléfonos y caras ofuscas buscan instaurar un clima de estabilidad en el lugar. Aquellos banqueros que antes frecuentaban la plaza para disfrutar de un 'quick bite' antes de retornar a su rutina ahora observan distantes el inesperado ejército de inquilinos que les llegó el pasado 17 de Septiembre. Algunos incluso optan por comprarse un perro caliente con gaseosa y observar la función. Estarán pensando que será cuestión de días en que la policía emplee la fuerza para ahuyentarlos y reestaurar el orden y la normalidad? Tal vez sea el caso, aunque los indignados de Wall Street afirman que están allí para quedarse.


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